Europa vive una profunda crisis: vuelven las fronteras, la libre circulación de personas ha sido medio desmantelada, el populismo antieuropeo crece en muchos países y las divisiones norte-sur y este-oeste son cada día más grandes, agravadas por la crisis del euro y de los refugiados. El Parlamento Europeo está aconteciendo sólo un foro de opinión y todas las grandes decisiones son tomadas sólo por los Estados, que han marginado como nunca la Comisión Europea. Se está hundiendo la credibilidad de Europa. Los países del norte, que son contribuyentes netos, critican el europeísmo de «cajero automático» del sur, así como ciertas prácticas ineficientes y algunos incumplimientos tozudos, como es el caso del corredor mediterráneo o del reglamento de puertos que exige el desmantelamiento de los Puertos del Estado y la autonomía barcelonesa. Por otra parte, algunos grandes Estados europeos centralizados no permiten que la UE avance en la unión fiscal y política. Es urgente que el europeísmo reconozca este fracaso, y opte entre la reforma o el colapso. El Brexit es un aviso más en este sentido.